La seta, como hongo que es, le gusta la frescura y la humedad, por eso no es hasta el otoño que asoma la cabeza por los bosques del territorio y se queda con nosotros hasta la llegada de las primeras heladas. En Vall de Núria, el clima propio de la alta montaña hace que el ritmo del boleto sea un poco diferente; el ciclo se produce antes que en muchas otras regiones con montañas más bajas. A finales del verano ya podemos encontrar hongos con cierta regularidad y suelen desaparecer más allá de finales de octubre.
La aparición en escena depende de cada especie; de hongos primaverales como el mojón o los pies secos se pueden encontrar, pero no tienen mucha presencia. Los llamativos rebozuelos los encontraremos al principio de la temporada, marcarán la entrada del actor principal: el cep. Sin duda, el hongo más característico de los bosques de pino negro del Pirineo. Un hongo voluminoso, muy apreciado en la cocina, capaz de haber dado la imagen de un adjetivo tan característico para aquellos que tienen una presencia robusta o "cepadura".
Después le seguirá el níscalo, bien en cotas altas a menudo son pinares y los confundimos fácilmente. Si antes hablábamos de la imagen cepeada del cep, el estereotipo de la imagen de hongo en Cataluña es sin duda el níscalo. Muy ligado a la cultura catalana, incluso los Pastorets le ceden un personaje, y en la cocina catalana, no hay plato que cuelgue la etiqueta de cocina tradicional de montaña que no tenga este apreciado hongo.
Otros hongos que podemos encontrar en este entorno a 2.000 metros son el pie de perdiz, que a pesar de ser perfectamente comestible, la primera vez que lo cocinamos nos hará dudar de su posible toxicidad, ya que se vuelve de color lila. Algún hongo tintero, no muy apreciado por la comunidad micológica, y los rebozuelos pequeños, una copia en pequeño de los rebozuelos que certifican la expresión "salen como setas". No olvidéis que hay venenosos como la amanita farinera o el rey bordo, ¡no tocarlos! Y finalmente el trompeta de los muertos o negrillo, que marcará el final de la temporada, con el que se puede hacer una buena sopa que nos ayude a pasar el frío que ya habrá llegado.
Pero últimamente el cambio climático ha hecho vivir situaciones de gran sequía en la montaña, así como haber superado los récords históricos de temperatura (¡hasta 28,5ºC!). Los otoños son más benévolos, el verano se alarga, la falta de precipitación... El hongo es muy sensible a estos cambios y cada vez encontramos menos hongos o más hongos deteriorados.
Como muchas otras especies, intenta adaptarse, pero no está en sus manos, quizás sí está en las nuestras. Con una actitud más conservacionista a escala global, pero también con pequeñas acciones locales que también son efectivas, como no ensuciar el bosque, no levantar hongos que no cogeremos, no gritar en medio del bosque...
Es tan sencillo como aprender a amar nuestro entorno, el bosque y la montaña.